Por Reinaldo Fuentes Rodríguez
Fotos : Carlos Cánovas,Brito y Archivo
El combate llega a su máximo clímax. La sorpresa no acompaña
esta vez a las tropas mambisas. El Generalísimo Máximo Gómez y el Lugarteniente
General Antonio Maceo luchan juntos por primera vez en La Habana. Apelan a toda
su pericia para romper el cerco. Sus hombres resisten, pero no pueden evitar
que muchos caigan en la encarnizada batalla.
Entre ellos está Silvestre Martínez González. Va en su caballo
de un lado a otro blandiendo el machete. Salta una cerca de piedras, pero la
caída no es la mejor. El corcel pierde el equilibrio y un español lo retiene
por las riendas, mientras otro lo hiere en el hombro derecho y el lado
izquierdo de la espalda. A duras penas escapa y se oculta en un montón de yerba
de guinea.
Desangrándose y sin atención médica inmediata, las
probabilidades de sobrevivir eran remotas. Sin saberse a ciencia cierta en qué
momento, un campesino de la zona lo trasladó a su casa y buscó ayuda. El
enviado del Ejército Libertador que
atendió al joven mambí recetó dos pastillas e indicó tener a mano un pico y un
azadón para enterrarlo.
Así relató Pelagio
Martínez Alfonso lo sucedido a su padre aquel 19 de febrero de 1896 en el lugar
conocido como Moralitos, a pocos kilómetros de San José de las Lajas, en la
entonces provincia de La Habana.“Según nos contó papá, cuando el enviado llegó
a la casa del campesino al siguiente día se sorprendió al ver que de entierro
nada. El paciente estaba bien vivo. Indicó darle otras tres de aquellas
pastillas y se fue. Sin embargo, cogió infección e incluso gusanos y le
aplicaron mascada de tabaco que, al parecer, los espantaron y la infección cedió. ¡Mire usted qué
cosa! Así que siguió luchando por la independencia de Cuba hasta el final de la
guerra”, concluye Pelagio.
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Pelagio con el fusil de Silvestre |
HIJO DE
HACENDADO Y ESCLAVA
Silvestre también tenía una cicatriz en el dedo índice de la
mano izquierda. Nació el 31 de diciembre de 1872 de la relación entre el
hacendado de una finca en Casiguas, Jaruco, con su madre esclava. Ello le
concedió algunos privilegios, entre ellos, la de trabajar como calesero y
disponer de no pocos animales obsequiados por el dueño de la hacienda.
De estatura mediana, ojos negros y cuerpo delgado, tuvo dos
hijos con su primer matrimonio y otros nueve en el segundo, de los cuales
quedan cuatro: tres varones y una hembra, llamada Juana María Martínez Alfonso
de 92 años, todos residentes en Catalina de Güines.
El último de ellos fue precisamente Pelagio, quien nació cuando
Silvestre tenía nada más y nada menos que 78 años. De ahí que el último de la
extensa prole tenga ahora 66. Su hermano Israel, también recuerda algunas
vivencias contadas por el padre. “Inspiraba respeto solo con mirarlo a uno a
los ojos. No le hizo falta dar golpes a sus hijos, ni hablar mucho. Con la
vista lo decía todo. Nos crió en la miseria pero con educación y respeto.
“Papá era un mulato libre. En una conversación con su padre,
este le dice que todos sus animales valían mil pesos, le propone entonces comprar
la libertad de su madre con ese dinero y acepta. Días después preguntó al hijo
por qué no atendía a los animales. ′Porque no son míos, yo se los vendí′, le respondió
papá. A lo cual el hacendado le dijo que seguían siendo suyos.
“Ya con la madre libre y ante el peligro de ser detenido por sus
ideas independentistas, partió a la guerra con solo 19 años. Perteneció a la
Quinta Brigada del Cuarto Batallón del Departamento Occidental del Ejército
Libertador, al mando del General José María Aguirre.
“Nos contó que cuando en la manigua mataban algún animal lo
cortaban y aquellos pequeños pedacitos lo colocaban en la punta del machete
para cocinarlos en una hoguera. Decía que un plato especial era el palmito, esa
parte tierna y naciente de la penca de palma. Aprendió –agrega
Israel- que cuando no había sal, para sustituirla lavaban un trozo de yagua y
lo echaban a las viandas en el caldero”.
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Israel con el machete de Silvestre |
UNA FAMILIA
MAMBISA
Concluida la guerra, Silvestre Martínez González se asienta como
campesino en la zona de Aguirre, cerca de Catalina, a donde se muda en 1953, allí,
a la edad de 106 años, dejó de existir físicamente. Las honras fúnebres
tuvieron ceremonias militares y la mayor concurrencia en la historia de aquella
comarca, en cuyo cementerio reposan los restos mortales de más de 30 de sus
compañeros de armas.
Por eso los hijos del veterano mambí consideran que allí debe
erigirse un monumento en honor de todos ellos. “Aunque no están entre nosotros
–precisa Pelagio- siguen vivos en esta familia mambisa que conserva el machete
de papá, dispuesta a defender la Patria por la cual lucharon”.
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Pelagio Combatiente Internacionalista en Angola |
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Israel Colaborador del Movimiento 26 de Julio |
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Pelagio y Esposa, en el fondo fotos de los Nietos ,Bistietos ,y Tataranietos de Mambí |